LA FIESTA DE SOMBREROS

Estoy en época de exámenes y no paro de pensar en fiesta. Las ganas de salir y disfrutar aumentan cada minuto. Me he olvidado de lo que es la noche, ¡y que decir de la madrugada! Retrocedo en el tiempo; hurgando en mis recuerdos más fiesteros llego a cierto día, me paro en él y los detalles empiezan a definirse:

Era un viernes por la tarde, tenía ganas de pasármelo bien. Decidí hacer unas llamadas en busca de agradable compañía, alguien con quien reír. Una persona que nunca olvidaba la sonrisa y que vivía cerca de Paseo de GRACIA me esperaba. Todo apuntaba a que esa tarde prometía, humorísticamente hablando.


Nada más llegar, empezó el cachondeo. Típico en mí, pillé el sofá y me apalanqué. Presentado otro tópico de mi personalidad pillé un papel, un pedazo de cartón y un mechero; podéis imaginar como continúa…


En un abrir y cerrar de ojos ya sólo quedaba ceniza, humo y cierto aroma cannábico. Estábamos en Zion, la tontería aumentaba, los reflejos disminuían y sólo se oía un “HA HA HA” de retrasado sin porqué alguno acompañado de un tenue hilo musical de fondo.


Como no es de extrañar llegó el clásico MUNCHIES (gula, para los que no dominan el habla inglesa). Con los pensamientos centrados en la comida, decidimos ir al McDonald’s a pegarnos un festín.


Al cerrar la puerta de casa nos envolvió un clima psicodélico. Perdimos la noción. ¿Seguíamos siendo personas? ¿Dónde nos encontrábamos? ¿Is this real life? ¿Estábamos en la caverna de Platón?… De pronto entramos en un estado de surrealismo y abstracción que todavía hoy no puedo entender. Viajamos en moto, rompiéndonos los pantalones a la altura de las rodillas (dato que confirma nuestro delirante estado) y aterrizamos en una inexplicable fiesta de sombreros: algunos rojos, otros verdes, azules, amarillos, pequeños, grandes… Todo era de una rareza indiscutible; aún así, podemos decir que ellos si que sabían como pasárselo bien. Nuestra misión inicial era comer, así que tuvimos que despedirnos de esa alucinación tan simpática.


Una vez en el templo de la grasa y el colesterol por excelencia, nos disponíamos a hacer cola cuando… Un momento, ¿Y la cola? ¿Qué está pasando? Una masa humana más grande que Gozilla ocupaba todo la hilera de mostradores y nos barraba el paso. Que ENORME impedimento, ¿qué debíamos hacer? Aprovechando el THC que nos quedaba en vena conseguimos recuperar a nuestros colegas los de los sombreros, y gracias a su fuerza y apoyo moral conseguimos ponernos delante de Jabba the Hutt.


Éramos capaces de todo, nos jugamos la vida ante semejante monstruosidad por saciar nuestra ansia devoradora. Finalmente pudimos inflarnos y engordar 20 kilos. Cuanta felicidad.


Un día genial, con ese característico toque de grasa, perdón gracia, siempre presente en los buenos momentos. Fue bonito mientras duró... Ahora sólo me queda el consuelo de saber que, después de 13935135025684601864 examenes y 21408124195715 trabajos, tendré un viernes por la tardre para poderme colar, una vez más, en la psicodélica fiesta de sombreros.

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